Cada vez es más usual ver cárcavas, surcos marcados en los lotes, corridas de agua desmesuradas en épocas de lluvia, esto nos lleva a replantearnos: ¿hacia dónde estamos apuntando?
El objetivo de esta nota es poder presentar, desde mi rol de ingeniera agrónoma, el porqué de esta nueva “normalidad” y las consecuencias que trae aparejada, que no solo son visuales, sino también económicas y sociales.
Las imágenes de este articulo pertenecen a distintas zonas de la provincia de Córdoba. Zonas de suelos frágiles, pendientes marcadas (algunas veces no necesariamente en exceso), suelos desnudos. Remarco esto último, para resaltar la presión ejercida por la producción agropecuaria sobre el recurso suelo. Las tres principales causas de la desertificación son el sobrepastoreo, la deforestación y las prácticas de una agricultura no sustentable. La desertificación va acompañada de erosión, contaminación, compactación, acidificación, salinización, urbanización, pérdida de fertilidad, y condiciona directamente el cambio climático.
El suelo es un componente activo en la regulación de las emisiones y captura de los gases de efecto invernado (GEI). El cambio climático provoca modificaciones en los patrones regionales de temperatura, precipitaciones y frecuencia de eventos extremos (sequías, inundaciones). Estos cambios pueden afectar los procesos de regulación de GEI de los suelos impactando en la productividad y calidad de los mismos (Caviglia et al. 2016).
En los agroecosistemas, las prácticas de manejo pueden alterar los ingresos y egresos de residuos vegetales modificando la capacidad potencial de captura de CO2. Las labranzas, al provocar la ruptura de los agregados, aceleran el ciclo natural de agregación y favorecen la descomposición del C al dejarlo expuesto a la acción microbiana, lo que incrementa la emisión de CO2. El uso de especies con bajo aporte de residuos y rápida descomposición conducen a la pérdida de Carbono orgánico del suelo (COS) y la consecuente emisión neta de CO2 (Novelli et al., 2011).
La erosión hídrica, a su vez, genera grandes consecuencias, en la mayoría de los casos irreversible. Su impacto afecta al valor del propio campo, generando pérdidas graves de productividad y ocasionando altísimos costos. Las pérdidas son de la capa más fértil del suelo, que es la capa superficial. Pocas personas saben que los suelos son un recurso natural no renovable, ya que se necesitan más de 1.000 años para que se forme un centímetro de suelo.
Debemos saber que no considerar la salud del suelo en nuestros sistemas productivos, los rendimientos agrícolas podrían reducirse hasta en un 50% y los cultivos serían de menor calidad en un par de décadas. El suelo captura, almacena y filtra el agua, de modo que cuando se erosiona, deja de cumplir con esta función y la calidad del agua potable en las tierras bajas puede disminuir. Muchas veces en mi ámbito profesional me encuentro con la frase: “antes no corría tanta agua por el lote” o “nunca se me acumulo tanta agua”. Ante esto debo aclarar que muchos factores de “mal manejo” afectan la dinámica hidrológica de una cuenca y, tranqueras adentro, me toca decir que, con la poca cobertura del suelo en época de barbecho, la poca diversificación de cultivos, el mal uso de agroquímicos, la siembra al favor de la pendiente, entre otras malas prácticas, generan suelos cada vez más frágiles y poco fértiles en zonas altas y, sedimentación y aumento en el nivel de la napa, en zonas más bajas. Por lo tanto, los danos por erosión y las inundaciones pueden volverse cada vez más frecuentes.
De acuerdo a la 3ra Comunicación Nacional de Cambio Climático (CIMA, 2015), las principales variables afectadas por cambio climático con impacto potencial sobre los suelos son: i) el incremento de la temperatura media explicado principalmente por mayores temperaturas nocturnas; ii) cambios en el régimen de precipitaciones en cuanto a distribución y cantidad; iii) el incremento en la ocurrencia de eventos climáticos extremos como sequías prolongadas, olas de calor o frío e inundaciones y iv) el aumento del CO2 atmosférico.
Es hora de replantear nuestros sistemas productivos, con una mirada más profunda y critica. Muchas prácticas para mejorar están a nuestro alcance.
Ing. Agr. Micaela Fernandez Bedini.
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